lunes, 5 de abril de 2010

Señora de las cuatro décadas (en el desierto)

Lo vimos bajar así como a las cuatro. O a las cinco. Quizás a las seis. Ok, entre las 1 y la 8, tal vez a las 10. La cosa es que bajó y eso ya es bastante bueno, porque estar ahí arriba tanto rato y cualquiera se vuelve loco, en seriotes.

Pero se volvió loco igual. O sea, estaba bien cuchufleto desde antes el M. (así lo llamábamos para acortarle el nombre, suena cool y, la verdad, nadie sabía cómo se llamaba). Bajó como a esa hora que no recuerdo del todo, pero que me servía para empezar a contar la historia, y todos nos regocijamos al verlo. Jamás he sabido qué significa “regocijarse” pero lo usaré tanto en este libro que planeo escribir después de este (con tono más formal, claro) que la uso y todo bien.

Cuando llegó abajo yo estaba con la Ruth y el Jacob tomándonos su cosita loca. No, nos estábamos tomando la cosita loca de Jacob, porque eso no tiene sentido y, de tenerlo, es súper mal pensado, enfermo(a). Habíamos estado caleta de días ahí en la arena sin cachar bien qué onda con el M, así que como estábamos terrible de aburridos, hicimos un falso ídolo. Tú cachai, hay gente que juega play station, otros que leen y los que cocinan. Nosotros creamos falsos dioses y los veneramos, sacrificando gallinas, vírgenes y profesores de física (porque las gallinas después las comemos, las vírgenes ya perdieron su oportunidad y los profes de física… bueno, son profesores de física, qué más decir).

Y métale todo el mundo bailando pachanga con sitara y venerando falsos dioses, y llega el M. Fue como cuando llegan los pacos. O el papá. O el paco papá, o el papá del paco. O el “papaco” (nuevo concepto acuñado especialmente para ustedes, adolescentes del mundo).

“Uuuuuh” generalizado y todos silvando y mirando para otro lado, porque a nadie le gusta que lo pillen en “eso” (adorando falsos dioses, mentes de alcantarilla). Entonces el M nos miró con cara de asco y repudio (o amor y piedad, no recuerdo bien, pero en esa gama de caras representativas de emoción) y nos dijo a todos “¡Escuchad!”, así como español, porque se creía traducción de Charlton Heston. Y escuchamos, obvio, porque cuando te gritan “¡escuchad!” uno se calla y escucha. No sé bien por qué. Conductismo, supongo.

Y ahí empezó a quedar la grandota. La Ruth con el Jacob trataron de pasar piola nuestro falso ídolo tapándolo con la alfombra, pero igual se notaba un poco.

Pero el M no lo pescó. Nos miró con esa cara bizarra y ¡za ca tá! Que se pone a lanzar comentarios freakis. Que el Señor no sé qué, que le habló no sé dónde. No tengo claro a qué señor se refiere ni cómo este señor le habla y le dice cosas en la montaña. Yo quería echar la talla onda “casha, casha, el profeto trajo un ‘secreto de la montaña’, ¿eh, eh?”, pero claramente no era el momento.

Hasta ese momento la cosa era casi normal, considerando que en esta época pasan cosas raras y que vamos a estar 40 años dando vueltas por el desierto (pero no le digan a nadie, porque es sorpresa), pero después ya daba susto porque se puso a decirnos caleta de cuestiones que no podemos hacer.



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